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jueves, 10 de mayo de 2018

VENTARRÓN, Héctor Pellizzi, Junín, Buenos Aires, Argentina

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Imagen de: rberruti.blogspot.com



VENTARRÓN

Nació en los albores del año 1920 en un conventillo de Pompeya. Era un niño inquieto, lleno de energía. Corría todo el día por el patio en frente de las piezas, aceleraba su carrera en el pasillo y se estrellaba patinando por las baldosas contra la puerta que daba a la calle.
Cierto día una vecina dijo mientras refregaba ropa en la batea: “Ese chico es un ventarrón” y desde ese instante dejó de tener nombre y apellido. Pasó a ser para todos “Ventarrón”.
Cuando repitió quinto de la primaria el padre lo mandó a trabajar cargando cajones y bolsas al Mercado de Abasto. Comenzó allí el secundario de la vida.
A los pocos meses se reveló contra la explotación en la que era sometido por migajas. Fue aprendiendo las mañas de los más grandes desviando cajones de manzanas y cachos de bananas. De allí al escruche fue un paso.
Por su fuerte personalidad adquirió un liderazgo incontestable en las calles de Pompeya.
El respeto entre el malevaje se lo ganó a fuerza de coraje. Era el que mandaba, planeaba y ejecutaba con éxito los “trabajos” en las madrugadas sombrías, siempre haciendo punta con decisión y violencia.
Fue creciendo y modelando una estampa que hacía derretir corazones femeninos, era un eximio bailarín con una sonrisa compradora y también era el más respetado en los bailes suburbanos entre ginebra y cigarrillos. Sus romances y sus amores tenían el sello de su sobrenombre.
Pero “Ventarrón” tenía otros berretines, el barrio le quedó chico y como dijo el poeta: “Se fue tras una estrella”.
 Buscó otros caminos que su fama le guiara. Fueron pasando los años y él gambeteándole al destino. Haciéndole frente a territorios adversos. Una noche una madam de Retiro lo buchoneó de arriba abajo y cayó en desgracia cuando en una batida la yuta lo engayoló.
 Después el tiempo comenzó hacer lo suyo, salió de la cárcel con sus espaldas pesadas de amarguras y en el rostro las marcas de las arrugas del sufrimiento. Anduvo de fracaso en fracaso en los mugrientos fondines del bajo. Ya no tenía más salud para un atraco, ni para una voz de mando, ni para carajear a un chabón en una mesa de paño.
Mordiendo sus derrotas, en la soledad más cruel, en la tristeza de no ser y de no haber podido, volvió por sus glorias, volvió por sus amores, buscando refugio en el conventillo de Pompeya. Y no encontró nada. En la pieza de sus viejos solo humedad y cucarachas.
En el barrio hoy tallan otros tauras que nunca oyeron hablar de su fama. Y los pocos amigos que le quedaron del aquel entonces, lo ignoran en un dejo abstracto de piedad.
En las noches de insomnio tirado en el catre, mientras escucha por la radio el rezongo de un bandoneón, repasa apesadumbrado, como una película muda, las hazañas pasadas de “Ventarrón”.
 Del libro “Cuentango”

©HECTOR PELLIZZI, poeta y escritor argentino
MIEMBRO DIRECTOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA por ZONA OESTE de la Pcia de BUENOS AIRES.



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