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martes, 17 de enero de 2017

DON JULIAN, Salomé Moltó, Alcoy, Alicante, España

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DON JULIAN

Martina salió ya muy tarde a tirar la bolsa de basura. Soplaba un aire frío pero se sentía a gusto de quedarse un rato al fresco, no había salido en todo el día de casa. Se sentó en el borde de la verja y vio a lo lejos una figura que se acercaba lentamente. Observó con más detenimiento y comprobó que se trataba de D. Julián, su vecino. Desde que  había quedado viudo iba todas las tardes a dar un paseo y volvía entrada la noche.
.- ¿Dando el paseíto de todas los días?  Le dijo.
.- Sí, pero no consigo acallar mi conciencia.  –repuso D. Julián mientras que en su mano derecha apretaba una pequeña caja de píldoras.
Miró a Martina como ausente, luego, fijando su mirada más atentamente en ella le dijo con voz entrecortada.
.- He matado a mi mujer y no puedo con mi conciencia.
.-¡Pero! ¿Qué dice?   Se ha pasado usted un montón de años cuidándola  Gracias a sus atenciones  ha podido sobrevivir a la trombosis que tuvo! ¿Cómo dice eso D. Julián?.
.- Sí, pero no le di esto que la hubiera salvado- contestó con tono amargo mientras mostraba a Martina la cajita de píldoras que llevaba en la mano.
.- ¿Pero...?
.- Sí, las medicinas que tomaba eran muy caras porque venían del extranjero. Con los ajustes presupuestarios del Gobierno, dejaron de llegar, esas medicinas imprescindibles para mi esposa. Consulté con el médico y me recetó otras, pero que tampoco las pude hallar. Tuve que recorrer toda la ciudad, todas las farmacias, las casas particulares de los médicos, y las de otras personas que tenían la misma enfermedad que mi mujer. Fue todo en vano, la última caja se terminaba y yo no encontraba por ningún sitio la dichosa medicina. Mi esposa era consciente de todas mis inquietudes, de mi impotencia y desesperación. Hubiera bajado al mismo infierno por salvarla. Fue una gran mujer y una gran compañera y, aunque no tuvimos hijos, supo amarme como nadie, me perdonó mis debilidades y me apoyo en todos mis proyectos, aunque algunos fueron descabellados. Cuando tuve el revés, ese revés que la vida siempre te aguarda, y perdí el trabajo, estuvo a mi lado tendiéndome una mano amiga. ¿Cómo no hacer cuanto fuera necesario por salvarla? Por último fui a ver a mi amigo Sammuel, el judío, le expuse mi situación. Por la tarde me llamó y fui a recoger estas pastillas. "Ven una vez al mes" me dijo secamente con su característica y profunda mirada. Esa mirada testigo mudo de todo el devenir humano.
Cuando llegué a casa, aunque cansado, me dispuse animoso a darle la medicina. Ella me cogió del brazo y me dijo
.- Julián, no me des las pastillas, llevo muchos años sufriendo y haciéndote sufrir. Quiero descansar ya.
Me derrumbé en el sillón y no reaccioné. Aquella misma noche murió , yo no la había obligado a tomarse las pastillas. ¡No hice nada!...¡ Nada..!
Martina escuchaba impresionada e impotente. Don Julián seguía llorando.
Sólo el aire cada vez más frío, movía las pocas hojas de las acacias que todavía no habían caído.
.- Don Julián, está usted muy solo. Dentro de unos días es Navidad, venga a comer a casa con nosotros, hay pavo y el calor familiar que a usted le falta.
Minutos después, encorvada su espalda, cansino su paso, Don Julián se perdía tras la vetusta acacia que iniciaba el recodo del sendero.


©SALOMÉ MOLTÓ, poeta y escritora española
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA                                                                                                                                      


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