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lunes, 23 de julio de 2012

LA TARDE QUE ME VISITÓ BORGES

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LA TARDE QUE ME VISITO BORGES

Tarde invernal, tediosa y de sólo tres grados de temperatura. Soplaba viento del sur y esto hacía que la sensación térmica fuera de cero grados.
La calle se hallaba desierta y los árboles de hojas caducas agitaban sus desnudos tallos como en una extraña y vegetal añoranza de tiempos mejores. Nostalgias de savia y clorofila.
Todo aquello veía desde la ventana que daba a la calle Mitre. Desde ese cuarto, mi preferido, observaba aquel paisaje invernal. Bajo la exigua luz que entraba a través del vidrio, trataba de encontrar la rima de un verso, huidiza y necesaria.
En realidad, estaba ansioso, aguardaba el auto gris.
La noche anterior me habían dicho: “Espera un auto de color gris, en el, llegará Borges a tu casa”.
Las horas se sucedían atormentándome con un inexplicable nerviosismo. Para calmarme, me decía en voz alta: “fue sólo un sueño. Borges está muerto. Te estás volviendo loco”. Sin embargo, contrariamente a este rasgo de mi pensamiento, seguía observando la calle desde mi ventana, porque, aunque no pudiese probarlo, sabía que Borges iba a llegar a las 17:40.
Un auto gris se detuvo frente a mi casa. El conductor descendió del coche, abrió la puerta posterior derecha y Borges bajó del vehículo. Vestía un traje gris a rayas, una camisa celeste y no tenía corbata…
Sonó el timbre y abrí. Borges miraba sin ver, pero al oír el sonido de la puerta, me saludó.
-Buenas tardes, ¿puedo entrar?
-Sí, pase, señor Borges.
Entró detrás de mí, empuñando su bastón. Nos sentamos en la sala y el genial literato preguntó:
-¿Cómo era su nombre?
-Ezequiel, respondí.
-Ezequiel, repitió pensativo. Como el profeta. ¿Es usted judío? Me preguntó de improviso.
-No, para nada. Es mi seudónimo. Lo elegí porque parece “sonar” bien y me ha dado suerte.
-¡La suerte! –Espetó Borges- ¡Siempre la suerte formando círculos invisibles alrededor del hombre para empujar las leyes del destino!
-No sabía que usted creyera en la suerte.
-Perdone, Ezequiel, pero, ¿leyó usted mis libros?
-Sí. –Respondí azorado.
-Si los leyó, comprenderá por qué estoy aquí. ¿Por qué hoy y no ayer ni mañana? Es una suerte que usted y yo estemos conversando. Usted, en verdad, es un hombre afortunado. A mí me dieron esta licencia para visitarlo hoy, pero me explicaron que no abusara. Debo volver a las veinte en punto.
-Antes que nada, Borges. ¿Me va a firmar un autógrafo?
-Sí, como no.
Le extendí un papel y Borges me firmó con paciencia infinita, maquinalmente: “Para mi amigo Ezequiel, con afecto: Jorge Luís Borges”. De pronto, sonrió y me preguntó:
-¿Sabe que estoy escribiendo un cuento?
-No lo sabía… ¿De qué se trata?
-Es un cuento extraño, aún para mí. Trata sobre un escritor desconocido que me está esperando. Yo llego a su casa en un auto gris a visitarlo, él me está aguardando impaciente, pero, como ocurre siempre, en lugar de preguntarme cosas importantes, sólo me pide un autógrafo y me echa un párrafo de trivialidades… Lo extraño de todo esto, es que yo realizo esa visita mucho después de mi muerte. ¿Qué opina usted de esto?
-Siempre tuve una teoría sobre este asunto: existen huecos dimensionales. A veces, alguien cae en algunos de esos huecos y llega la muerte. En otras ocasiones, algunos de los que habitan el “otro lado” pasan a este y…
-Es una teoría interesante… continuó Borges. Lo imposible es probar que es verdad… Esto es como la vida, uno se rompe los sesos pensando en ella y, cuando logra obtener alguna respuesta, se da cuenta que ya está muerto. Lo cual, para nada significa que los muertos sepan que es en realidad la muerte. Se dice que la muerte es un misterio aún más insondable que la vida. Se debe uno morir varias veces para comprenderlo.
-¿Y la fama que es, Borges?
-La fama es como la primavera que cubre los árboles, las flores y los frutos. Las flores representan el entusiasmo, los frutos la paciencia…
-¿Y las hojas?
-Las hojas son la multitud que rodean al famoso, a veces, su frondosidad no deja ver muy bien como realmente se es… ¿Qué hora es?
-Las 20:00.
-Debo irme.
-No me va a negar que es extraño.
-¿Qué es lo que le resulta extraño, Ezequiel?
-Que usted respete tanto los horarios.
-Ocurre que antes estaba vivo, pero ahora estoy muerto. Es decir, para que usted se haga una idea, muerto significa ocupar un lugar en un tiempo exacto, ni antes, ni después…Da lo mismo morir en cualquier parte… yo morí en Ginebra. 
-Adiós, Ezequiel... Escriba y lea mucho.

Esas fueron las últimas palabras de Borges. Me estrechó la mano y salió hacia la tarde fría. Ascendió al auto y se perdió en la distancia. Me quedé más solo que antes, mirando hacia la calle Mitre. El viento aún agitaba los tallos desnudos.
Recogí el autógrafo de Borges que había quedado sobre la mesa y tomando un libro de él, me senté a leer aquello que continuó diciéndome a través de la palabra escrita…

NORBERTO PANNONE, Pcia de Buenos Aires, Argentina


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